Los músicos

Hoy he ido a un concierto de música clásica. La música clásica siempre me emociona. Ha sido el único momento del día en el que dejado de ser periodista-currante-a-todas-horas. No entiendo nada de música, por eso me maravilla la gente que tiene la capacidad de componer o de interpretar. Me parece algo mágico. ¿Cómo será sentir que poco a poco se está componiendo una melodía inédita en la cabeza? ¿Cómo será sentir entre los dedos que las notas se transforman en sonidos capaces de transportarnos a lugares y tiempos distintos?

Mi hermano pequeño quería aprender a tocar el oboe, pero ese deseo se quedó atrás junto con muchos otros al hacerse mayor. Cuando veíamos una película, él nada más volver del cine sacaba la melodía en un teclado electrónico que había comprado mi padre una vez que acertó 5 en una primitiva. Yo, si estaba basada en un libro, lo buscaba rápidamente en la biblioteca del barrio.

De pequeña era la única en suspender música, no acertaba ni una simple nota en un infantil xilofón. No recuerdo la primera vez que fui a un concierto de música clásica. Seguramente sería alguno al aire libre, en el kiosko del parque. Recuerdo, eso sí -y yo debía de ser muy pequeña- hace mucho mucho tiempo, cuando a las fiestas del pueblo todavía iba una banda de músicos de las de siempre (uno con un trombón, otro con un bombo, otro con una trompeta…) y hacían un pasacalles. Me recuerdo bailoteando detrás de ellos (definitivamente sí debía de ser muy muy pequeña).

Los músicos se alojaban durante las fiestas en las casas de los vecinos del pueblo. Se organizaban turnos y se repartía a qué vecinos les tocaba cada año un músico. El músico era muy respetado, y se le daba la mejor habitación de la casa, quizás la única cama; la mejor comida, quizás pasando hambre el resto de la casa… El músico, que en realidad era también un campesino, aprovechaba al máximo esos días de fiesta en los que era homenajeado.

Tengo el recuerdo de mi abuelo sentado en la mesa de su cocina con un porrón al lado untando pan con vino y azúcar y hablando con un músico. Sin embargo sé que es un recuerdo inventado. Lo que yo sí recuerdo de verdad, lo que me ha tocado vivir, han sido ya las orquestas que venían y se iban cada verano, los carteles en el bar anunciándose, los pasadobles en la plaza, las sanjuaneras y el paquito chocolatero. Y, cómo no, los hits del verano: «el tractor amarillo», «macarena»…

Me sigo preguntando cómo llegó a mí la música clásica. Nadie me educó en ella. Nunca se escuchó en casa. Mis padres nunca me llevaron a un concierto. Imagino que sería por el cine o la televisión. En cualquier caso, llegó a mí, que siempre he sido una negada musical, y afortunadamente se quedó y no se marchó. Y hoy me ha regalado minutos de tristeza, de alegría, de ganas de escribir, de sueños perdidos, de «mai se sap»* y de recuerdos, reales o inventados.

* «Nunca se sabe»

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