El pasado, el presente
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Hoy me he despertado y mi guapa llevaba levantada ya un rato, es más, estaba duchada y vestida y se disponía a salir a la calle a comprar el pan. Yo soy mucho más remolona y por la mañana «faig mandres al llit». Mi guapa por las mañanas está llena de energía y siempre recibe el día con una sonrisa limpia, clara, como si todo fuera nuevo y todo fuera posible, por muy mal que se hubiera acostado la noche anterior.
Me he desperezado poco a poco, he desayunado, he recordado algo que escribí en un cuaderno y he empezado a trastear entre papeles antiguos. Anoche, buscando una hoja cuadriculada en la que hacer un croquis de la reforma del baño de Casa Tía Julia, abrí una libreta que suelo llevar en el bolso y me encontré con algo que me dejó helada: el teléfono, escrito por su puño y letra, de una persona que acaba de morir hace menos de un mes. Yo no era consciente de que él lo había apuntado ahí. De hecho, ahora sé que lo apuntó sin decirme nada la última vez que nos vimos, en el ayuntamiento del pueblo. Habíamos estado hablando de posibles excursiones que podríamos hacer con la gente que viene a conocer mi proyecto y esa libreta se había quedado abierta encima de la mesa de afuera cuando entré a hablar con el secretario. Y ahí está, un móvil que ya no sonará más.
Así que esta mañana, de nuevo abriendo cuadernos, me preguntaba qué podría aparecer. Tengo la costumbre de acumular como recuerdos de cronopios un montón de recortes, papeles, cartas inacabadas, cartas recibidas… que aparecen en cualquier momento para trasladarme de tiempo con solo desdoblar una hoja.
Lo primero ha sido una carta sin enviar escrita por mí en 2008 a mi poeta preferida, Sonia Fides, que en ese momento presentaba su «Electra se quita el luto» y esta carta ha tenido un efecto de viaje en el tiempo doble, porque años después, en 2013, yo reeditaría ese libro, pero no lo podía saber entonces, cuando escribía esa carta en 2008.
Lo siguiente ha sido, en otro cuaderno, un sobre abierto y sin sello con membrete de la AECI y un papel doblado de tal manera que dejaba una frase destacada: «¿No son la mayor parte de nuestras relaciones mera convivencia de oficina, incluso cuando no son impuestas por las circunstancias sino elegidas?»
Y al abrir del todo ese folio la frase viene acompañada de un texto de «La tregua», de Mario Benedetti. Sin firma ni fecha, pero que solo puede ser de una persona.
Como si siguiera el hilo de mis recuerdos, allí mismo he encontrado una carta también sin enviar y ya con fecha (agosto del 2011) que yo le escribía a la persona que citaba a Benedetti, supongo que mucho tiempo después de que él me entregara en mano esa cita, porque mi carta comenzaba así:
«Llevo tiempo echándote de menos, aunque afirmar algo así cuando hace años que no nos vemos, y hace muchos en realidad que estamos casi perdidos el uno para el otro, casi parece una frase que no viene a cuento, que no tiene sentido escribir ahora.»
Sigo leyendo a mi yo del pasado y compruebo que era una época de cambios:
«Llevo toda la mañana entre cajas y libros, seleccionando aquellos que no podré transportar en la mudanza que estoy preparando. Me mudo de Sitges, sí, pero no creas que voy muy lejos, al contrario, vuelvo a Barcelona, no demasiado convencida, pero sin otra opción, dadas las circunstancias. O, mejor dicho, sin otra opción dadas las ataduras que yo misma he elegido, porque decía nuestra querida Carmen Martín Gaite, cito de memoria: “Las verdaderas ataduras son las que nosotros mismos nos imponemos, las que pudiendo no tenerlas, elegimos en función a otros valores, el amor, la familia”.»
Y aquí estoy, recién aterrizada de mi viaje al pasado, mientras mi guapa sonríe mirando el futuro y me pregunta si escribo un post «Tamaño Nuria» y le digo que no lo sé, y me insiste en que me vista y salgamos a dar un paseo y dibuja un sol en una nota, que guardaremos, y que en el futuro será también un recuerdo de este día de hoy, que ahora sí, empieza, en presente.