Paseos, libros y viajes a punto de escapar

Me gusta la gente que corre por la calle, quizás porque yo siempre estoy a punto de perder un autobús o un tren. Nunca me imagino que llegan tarde al trabajo o a una cita, siempre pienso que llegan tarde a un viaje, y que por eso tienen que correr. En la estación de autobuses he tenido mucha suerte y me he puesto en la cola más rápida. Tengo ya mis billetes en mano y mañana estaré yo corriendo con mi mochila para que no se escape mi viaje.

Me gustan también las abuelitas que van cargando carritos de la compra. Me imagino a mí misma de abuelita cargando todavía mi carrito con revistas. En correos no he tenido que hacer cola y me ha atendido un señor muy amable. Por un momento he pensado «claro, soy del barrio», pero rápidamente he recordado que hoy solo estaba en mi antiguo barrio de visita. Me he asomado al que fue mi portal durante tres años y he cruzado a la panadería, pero no tenían esos bizcochitos de chocolate con nueces tan ricos que yo solía comprar. Tampoco estaba la panadera que me regalaba croasanes y tardes de conversación.

He seguido barrio arriba. «Qué lástima las grúas», dicen los turistas aferrados a sus cámaras de fotos. A mí me encantan las grúas. Sin ellas la Sagrada Familia no sería la misma. Más que un templo expiatorio, es un monumento a la eterna construcción, quizás el único en el mundo. Me pregunto si algún día llegará a terminarse.

Unas calles más arriba, he encontrado un lugar mágico y he sido absorbida por un agujero en el tiempo.

Me he perdido entre montañas de libros, láminas antiguas, olor a papel y a sabiduría.

Allí me había llevado la búsqueda de un Borrador para un diccionario de las amantes, pero he encontrado también un título que me ha llamado la atención, Va ploure tot el dia, de Teresa Pàmies, y cuando lo he abierto he tenido que llevármelo: la dedicatoria manuscrita en tinta azul decía: «A la meva amiga Carolina, en record d’una tarda magnifica (7.5.86)». El mismo día, justo veinte años después, yo he rescatado con mi imaginación un pedacito de esa tarde de Teresa y Carolina. Me pregunto cómo libros dedicados con ese cariño terminan en una librería de viejo.

De vuelta en la estación de tren he comido una magdalena de chocolate no demasiado rica sentada en un banco en un parquecito fuera. Ya en el tren una señora argentina me ha informado de que mañana y el lunes 17 habrá huelga de renfe. Está muy bien saberlo, porque justo son los días que yo viajo, y así ya puedo prever salir con tiempo para leer diccionarios y lluvias mientras vigilo que mi viaje no se escape.

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