Apuntes para una novela
Madrid me recuerda a cuando nos besábamos en los metros, de pie, contra las puertas a punto de abrirse.
En estas ocho horas de autobús, de regreso a Barcelona, podría escribir una novela. Una idea ingenua, lo sé. Como tantas otras.
Han pasado muchas cosas. Varsovia es una ciudad extraña. Hay una maleta polaca en la taquilla de una estación de tren en Barcelona. Una mujer en Nicaragua lee un libro y escribe en folios amarillos con olor a mango. En un pueblo perdido de la región más desértica de España entierran una parte de mi memoria. Ha pasado un día y hay una persona que ya no está.
Todo sucede a la vez, mientras yo viajo en este autobús y atravieso campos de generadores eólicos. Enormes aspas que giran y giran y transforman el aire en energía. Algo parecido sucede si cierro los ojos y me concentro solo en respirar. La energía entonces son recuerdos machacaditos como cristales en polvo sobre los que basta soplar para componer un paisaje desordenado.
Utilizo las palabras como una maroma en vaivén sobre la que hago equilibrios.
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