Cine desde la ventana
La primera vez que fui al cine yo tenía 13 años. Era julio, mi hermano mayor cumplía 16 y mi madre le dio dinero para que los tres hermanos fuéramos al cine. Teníamos 16, 13 y 10 años. Fuimos a ver «Cocodrilo Dundee II». Antes de eso recuerdo como algo muy lejano una vieja película de Tarzán de color verdoso proyectada sobre una sábana una vez que el circo llegó al pueblo. Días después apareció un gato siamés que caminaba de pie con las patas traseras. Supusimos que se había escapado y una señora decidió adoptarlo. Vivió muchos años, como un gato callejero más, y olvidó pronto sus habilidades cirquenses.
En mi ciudad los cines estaban un poco lejos de mi casa, así que mi madre no nos dejaba ir solos. Ni ella ni mi padre iban nunca al cine, por lo que nuestras posibilidades de acercarnos a una pantalla grande eran casi nulas, salvo en los ciclos de Navidad que organizaba la Caja en el centro cívico que teníamos al lado.
Un buen día, abrieron unos cines a la vuelta de la esquina, literalmente. La salida se veía desde la ventana del cuarto de mi madre. Había una sesión a las 4, que además era más barata, así que sábados o domingos a mi madre le parecía bien que fuéramos solos a esa hora mientras ella se echaba la siesta delante de un documental y se levantaba a tiempo para vigilar nuestro regreso.
Con el tiempo, dejé de ir a esos cines porque las películas que me interesaban (el poco cine no hollywoodiense que llegaba a la ciudad) se proyectaba en otras salas, pero esos cines detrás de mi casa seguían siendo una referencia, incluso para dar mi dirección.
Cada vez que vuelvo a mi ciudad descubro las cosas que han cambiado. Se mezclan en mí la sorpresa y la inevitabilidad de los cambios con el paso del tiempo. Ayer, en el autobús urbano (el de siempre) oí comentar a mi espalda: «Esos cines de ahí delante han cerrado, ¿no?». Nadie me había avisado, quizás en mi familia ni siquiera se habían dado cuenta. Por si acaso, no quise asomarme. Hoy, desde otro autobús, no he podido evitar echar la vista a ese lado. Los cristales están un poco sucios y se ven desangelados sin ningún cartel de película.
Mi madre hace tiempo que cambió de habitación, y ya no se asoma a esa ventana.
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