Paseos y conversaciones

Hace unos días recibí un mail de mi amigo Emilio. Entre otras cosas, me decía:

¿Cuánto hace que no hablamos? Pero hablar de verdad, de la manera como se hablaba antes, cuando existian los blogs... Pues yo creo que desde el día en que te expliqué en Sitges lo de Mercuriana.

Mercuriana, además de una canción de Radio Futura, era su futura empresa, que entonces no tenía nombre todavía, y también fue el nombre que yo le di al número 20 de Iguazú, el especial de poesía. Habíamos dado un largo paseo por la playa y habíamos resuelto que era un gran nombre tanto para una empresa de infraestructura en internet como para una revista de poesía. Al subir a casa, recuerdo que precisamente le regalé un libro de poemas de Peri Rossi, La inmovilidad de los barcos.

No sé cuántos años han pasado desde entonces, porque hace ya tiempo que cuento las épocas pasadas según números de Iguazú publicados, y si entonces no estaba publicado todavía el n.20 y vamos ahora por el 28 quiere decir que fue hace mucho, en aquella época de los blogs, que comenta él, cuando todavía no existía Facebook, ni Twitter, ni nada de eso. Pero no fue el último paseo que hicimos juntos, aunque él no lo recuerde. En febrero de 2011 (ese inicio de año, que debería ser para olvidar, sí lo tengo grabado con números exactos), fuimos a un concierto, y en vez de ir en metro, echamos a andar (y a hablar) en Clot, sin pensarlo mucho, sin que fuera algo premeditado, y acabamos en el Palau de la Música tras atravesar todo tipo de Barcelonas.

Así que hoy me he levantado pensando en la vida en Casa Tía Julia, porque aquí, desde siempre, lo clásico es salir de paseo, y jamás quedas con nadie (con 20 habitantes en el pueblo tampoco es que puedas quedar con mucha gente) para tomar un café, por ejemplo (lo clásico en las ciudades), sino que alguien pasa por tu puerta y te dice «vamos hasta la cueva», o «vamos hasta el puente», o «vamos hasta la chopera»... según lo largo que vaya a ser el paseo. En esos paseos siempre recuerdo a mi abuela, a quien mi madre se parece cada vez más, y a quien supongo que yo algún día me pareceré cada vez más.

Aunque ahora el trabajo me tiene más atareada de lo que me gustaría, también a veces aprovecho y doy algún paseo yo sola, por ejemplo, el día de las Perseidas salí a la carretera, «hasta la cueva», para intentar ver alguna estrella fugaz, y la oscuridad era tal, que tras una sensación de miedo impalpable inicial, no te quedaba otra que acostumbrarte y empezar a definir poco a poco los contornos nocturnos de las piedras, los árboles, las señales en el camino... y acabar siendo una minúscula mota de polvo bajo un cielo demasiado nublado esa noche.

Quizás no sea mala idea que en Casa Tía Julia antes de cualquier reunión, taller o evento proponga dar un paseo. Me gustaría que no se perdiera esta costumbre de ir de paseo y hablar pausadamente al mismo tiempo que se camina. Cuando vaya a visitar a Emilio le tengo que proponer que para hablar de verdad, como él dice, echemos a andar sin rumbo fijo, igual que las conversaciones empiezan en un punto pero nunca sabemos dónde acaban.

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